La transmisión de enfermedades infecciosas por insectos constituye una de las principales causas de morbilidad y mortalidad en el mundo. Cabe destacar que no sólo es un problema de salud en el tercer mundo, sino que también afecta a los países más avanzados.
Las estadísticas epidemiológicas indican que los mosquitos actúan como vectores de infecciones a más de 700 millones de personas al año, y concretamente la malaria provoca una mortalidad de 3 millones de personas al año.
En Estados Unidos, cada año aparecen casos de encefalitis transmitida por arbovirus, que han sido vehiculados por picaduras de mosquitos. En nuestro medio viven y se reproducen un importante número de especies de mosquitos y otros insectos, como la mosca negra, las pulgas, los piojos y algunos arácnidos, entre otros.
La mayoría de insectos producen molestias a causa de sus picaduras (picor, dolor, reacciones alérgicas), especialmente en las épocas más calurosas. Con la llegada del mosquito tigre, que hasta ahora no se ha mostrado vector de ninguna enfermedad en nuestro medio, pero que ha destacado por causar picaduras muy molestas, ha aumentado la demanda de uso de repelentes tópicos. Estos productos se han utilizado clásicamente desde aproximadamente mediados del siglo XX, para impedir las picaduras de los artrópodos, sobre todo en áreas endémicas de enfermedades infecciosas graves.
Como medidas de prevención generales, es recomendable evitar los hábitats de las especies causantes de picaduras molestas, y llevar ropa adecuada que impida las picaduras. Sin embargo, frecuentemente puede ser necesario el uso de los repelentes.
Características
Los repelentes son compuestos químicos que, aplicados sobre la piel, interfieren los receptores químicos de los insectos e impiden que éstos se fijen a la piel para realizar la picadura. Estos productos sólo actúan cuando el artrópodo se encuentra a poca distancia de su objetivo, es decir, a poca distancia de nuestra piel.
El repelente ideal sería un compuesto químico orgánico de origen sintético o natural de características volátiles, con una capacidad de evaporación limitada que permitiera una eficacia de más de 8 horas, efectivo para diferentes especies de artrópodos, sin capacidad irritante de la piel y las mucosas, sin toxicidad sistémica, resistente al agua pero no demasiado aceitoso, resistente a la abrasión y finalmente sin olor.
Esta definición teórica no se ajusta a ningún repelente utilizado hasta ahora, y hay que remarcar que diferentes especies de insectos u otros artrópodos reaccionan de diferente manera ante un mismo repelente.
La eficacia del repelente depende básicamente de la concentración, la frecuencia y la uniformidad de la aplicación. Así, la abrasión de la ropa, la capacidad de absorción de la piel, el baño o el lavado de la piel con agua (incluida el agua de lluvia) y los ambientes de altas temperaturas (cada 10 ° C de temperatura disminuyen un 50% el tiempo de protección) son factores que disminuyen la eficacia de estos productos.
Repelentes sintéticos convencionales
– DEET. Se trata del repelente más estudiado y utilizado por parte de la población mundial. Es eficaz para la mayoría de especies de insectos y arácnidos. Las concentraciones utilizadas van desde el 5% hasta el 40%, pero se han estudiado también concentraciones superiores al 90%. El DEET se ha preparado en formulaciones múltiples: soluciones, lociones, cremas, geles, aerosoles y sprays, y toallitas impregnadas. También se han desarrollado formulaciones de liberación prolongada que han hecho posible reducir la concentración de repelente de sus productos sin disminuir la duración de la acción.
Cabe resaltar que la protección que da es proporcional a la dosis; así, concentraciones elevadas proporcionan una duración de acción más larga, hasta llegar al 50%; concentraciones superiores no mejoran el tiempo de protección. La toxicidad podría ser uno de los factores limitantes del uso del DEET, pero algunos autores han mostrado que después de 8 billones de aplicaciones, este repelente sigue siendo muy eficaz con una seguridad aceptable. Las reacciones alérgicas son poco frecuentes con los preparados habituales. Sin embargo, algunos pacientes han presentado rash cutáneo, irritación, urticaria y erupciones. En adultos, la utilización de preparados con una concentración superior al 50% durante un tiempo prolongado puede producir insomnio y cambios de estado de ánimo. Se ha publicado algún caso anecdótico de encefalopatía tóxica en pacientes pediátricos con uso prolongado o ingestión accidental. Sin embargo, la incidencia de efectos adversos es baja y se han utilizado preparados de una concentración del orden del 50% en niños con seguridad. Este repelente también se ha utilizado con seguridad en mujeres embarazadas durante el segundo y el tercer trimestres.
– Icaridin. Este principio activo piperidínico es uno de los más conocidos y utilizados en nuestro medio en concentraciones que oscilan entre el 10 y el 20%. En abril de 2005, el Center for Disease Control and Prevention (CDC) le añadió a su lista de repelentes. Es un derivado de la pimienta y tiene un espectro que cubre las garrapatas, los mosquitos y las moscas. Es un repelente con unas características organolépticas agradables (no es graso y no tiene olor) y no daña los plásticos ni los tejidos. Su mecanismo de acción se basa en interferir en los receptores específicos de los insectos.
Los escasos datos de seguridad disponibles sobre este producto indican que tiene un bajo potencial de toxicidad. Un ensayo clínico mostró que un preparado con una concentración del 20% producía una protección del 95% durante 8 horas, sobre persas especies de mosquitos.
Fuente IM Farmacias Publimas Digital s.l.